1. Algunas de las críticas al sistema de kurzarbeit o
reducción/reparto del trabajo, se basan en ciertas concepciones liberales que
consideran al mercado de trabajo como un instrumento esencial del correcto
funcionamiento de la economía occidental y que entienden que los gobiernos
deben evitar deformar excesivamente el funcionamiento de dicho mercado.
2. Desde este punto de vista, se entiende que para que los sistemas
de reparto del trabajo tengan un impacto relevante en las políticas sociales y
económicas, no hay más remedio que aplicarlos de forma intensiva. Y, a la vez,
una aplicación intensiva de estos programas que reduzca drásticamente las
cifras de desempleo reducirá también radicalmente el impacto positivo de las
cifras de la reserva laboral.
3. Desde esta concepción, el desempleo no es un “mal en sí mismo”,
salvo que alcance cifras desproporcionadas o socialmente inviables. Se
considera el desempleo como un instrumento necesario para el ajuste económico,
que obliga a los trabajadores a adaptar al mercado sus expectativas laborales y
retributivas y posibilita la reactivación de la economía de conformidad con los
necesarios requisitos de coste y eficiencia.
4. La argumentación puede resultar dura o disparatada, pero no lo es
tanto. Lo que ocurre es que, en la sociedad actual, en la que los trabajadores
asalariados son ya cerca de un 90% de la población activa, hablar positivamente
del desempleo es algo políticamente incorrecto. Pero la valoración de los
efectos positivos del desempleo es –de hecho- algo muy tenido en cuenta por los
agentes empresariales. Y no sólo desde una perspectiva conceptual.
5. En la realidad política, este tipo de criterios tienen un peso efectivo
muy superior al que pensamos. Los líderes políticos, de hecho, están muy
atentos a la sensibilidad empresarial sobre el conjunto de la actividad
política y con frecuencia priorizan lo que perciben como intereses de las
empresas frente a los intereses generales o los de sus propios afiliados o
votantes.
6. De esta forma, de manera más o menos instintiva, dirigentes
políticos de distintos países actúan de hecho con un alto nivel de tolerancia
frente a las cifras de desempleo y renuncian a medidas estructurales que, en la
práctica, podrían quizás permitir reducciones sistemáticas del número de
parados o de la duración media del desempleo.
Uno de estas medidas estructurales es, por supuesto, el kurzarbeit o
reparto del trabajo.
7. El impacto real que la aplicación intensiva del kurzarbeit tiene
sobre el empleo se ha analizado repetidamente, pero es cierto que no se han
realizado análisis significativos que permitan relacionar directamente los
programas de reparto del trabajo con la evolución de los costes laborales y,
por lo tanto, con la rentabilidad de las empresas, la producción y la
inversión.
8. La dificultad de obtener datos específicos al respecto nos obliga
a aplicar la lógica descriptiva desde una perspectiva histórica y geográfica.
En absoluto puede decirse que los países más eficientes económicamente tengan
mayores tasas de desempleo. Más bien sucede todo lo contrario. Dentro del
ámbito occidental, los países económicamente más eficientes han convivido con
cifras estructurales de desempleo sensiblemente más reducidas que los países
menos eficientes.
9. Por otro lado, es cierto que la experiencia occidental de las
últimas décadas ha reflejado también una permanente búsqueda de la ampliación
de la reserva laboral por parte de las grandes empresas y de los círculos
políticos dependientes de las mismas. Las continuadas oleadas de migración de
otros países y continentes responden precisamente a este objetivo atribuido a
la reserva laboral de reducir el precio del trabajo. En la práctica, lo que ha
ocurrido es que las grandes empresas ya no cuentan sólo con los trabajadores de
su territorio a efectos de componer su reserva laboral, sino también con
trabajadores de otros países a los que pueden contratar a precios
sustancialmente más bajos y en peores condiciones. Un objetivo que ninguna
reserva laboral interna llegaría ni siquiera a acercarse.
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