1. Como consecuencia del escándalo –o los escándalos- desatados a partir de las
evidencias de soborno y chantaje surgidas sobre Hunter Biden y sobre la
complicidad familiar al respecto, la información de la que disponíamos hasta
ahora sobre las implicaciones de la corrupción en la clase política
estadounidense ha dado un vuelco sustancial. La gravedad de los hechos, la
pluralidad de países implicados, el contexto de sometimiento y chantaje que
implican … son, a la vez que repugnantes, de una extraordinaria trascendencia
política.
2. Ahora sabemos lo que hasta ahora se sospechaba. Que la clase política
estadounidense, en sus más altos niveles, ha estado corrompida hasta la médula.
Y que lo que venía agitando como reivindicación constante el sector antioligárquico
que apoya a Trump –uno de sus apoyos- parece cada vez más cierto.
3. Si hasta ahora, junto a la posición personal de cada líder político,
valorábamos sus apoyos organizativos o de grupos de interés, ahora parece cada
vez más claro que el factor corrupción ha sido y es esencial para entender
posicionamientos políticos aparentemente incomprensibles.
4. Hasta ahora conocíamos que el impacto de redes criminales de chantaje
de carácter pedófilo al servicio de servicios de inteligencia o de grupos de
interés (casos Dutroux o Epstein) constituía un factor esencial para mantener
al conjunto de la clase política occidental sometida a la oligarquía
corporativa. Luchar contra estas redes y destruirlas estaba siendo ya un
objetivo fundamental para servicios de inteligencia de distintos países. Por si
fuera poco, el affaire Biden nos sitúa ante un nuevo escenario, donde las
estrategias de soborno y chantaje se diversifican notablemente y los grupos de
interés detrás de estas tramas aparecen como más dispersos de lo que se
pensaba.
5. De cualquier forma, esta nueva realidad debe tenerse muy en cuenta
a partir de ahora. Por supuesto, si Biden resultara elegido Presidente. Pero
también aunque no lo sea. Los servicios de inteligencia, los activistas
sociales o los medios de comunicación deben desarrollar una intensa actividad
de chequeo de los líderes políticos o de los candidatos a serlo. Muy en
particular de sus fuentes de financiación. Que los líderes occidentales tienen
una exagerada tendencia a hacerse ricos era algo conocido. Ahora sabemos que
las consecuencias de dominación política y personal de estas operaciones de
soborno pueden ser aplastantes. Aplastantes para ellos y aplastantes para su país.