1.
La crítica
política a los gobiernos es parte esencial del juego democrático. Sin embargo,
esto no significa que cualquier tipo de crítica o acoso a los gobernantes sea útil
para los ciudadanos. En particular, es esencial que esta crítica diferencie entre
lo que es realmente importante y lo que no lo es tanto.
2.
Aunque
podamos interpretar que la crítica pública y mediática de cualquier falta o
error de los gobernantes es positiva, con frecuencia esta crítica evoluciona
hacia un sistemático acoso por cuestiones de importancia menor, tanto desde el
punto de vista ético como desde la perspectiva de la eficiencia de la gestión
de gobierno.
3.
Cuando esto
sucede de forma continuada, los gobiernos se acaban debilitando, acobardados
ante el riesgo constante de ser acosados por cuestiones de importancia menor. En
una interpretación superficial, este debilitamiento de los gobiernos se
considera positivo. Con frecuencia parece que pensamos que una democracia
avanzada necesita gobiernos débiles. Que un país con gobiernos débiles es más
democrático.
4.
Lamentablemente,
casi siempre sucede lo contrario. La cuestión de fondo radica en que este análisis
no puede realizarse sin tener en cuenta las estructuras de base que laten detrás
de la actividad de nuestros gobiernos. En particular, la realidad de que la
mayor amenaza para nuestras democracias no se encuentra en los abusos del
gobierno contra los ciudadanos sino en el sometimiento de los gobiernos occidentales
a los intereses corporativos.
5.
Estos intereses
corporativos buscan premeditadamente líderes débiles y gobiernos débiles. No
por ampliar el ámbito de libertad de los ciudadanos, desde luego. Cuanto más débiles
son los gobernantes más fácilmente se somete su acción de gobierno a los
intereses corporativos.
6.
Cuando un
gobierno se debilita por el acoso sistemático de los medios de comunicación,
sabe perfectamente quién o quiénes controlan esos medios y, por lo tanto, qué
tiene que hacer para aliviar ese acoso. Acobardar a los responsables públicos
por campañas sistemáticas de crítica o ridiculización por cuestiones de
importancia menor sólo consigue debilitar la posición de estos gobernantes
frente a las grandes empresas y, en último término, debilitar la calidad y la
eficiencia democráticas del país.
7.
La crítica
política debe ser, por lo tanto, prudente y racional. Sobre todo, debe
distinguir lo que es importante de lo que no lo es y tratar los dos ámbitos de
forma proporcionada a su respectiva relevancia. Muy en particular, debemos
siempre prestar especial atención a los vínculos de los gobernantes con
intereses corporativos, ya sean del propio país o de otros territorios. Vínculos
que, en definitiva, son los que están destruyendo la democracia en Europa y
Estados Unidos.