1. La extraordinaria experiencia de Belarus/Bielorrusia ha sido
sorprendentemente olvidada tanto por nuestros gobiernos como por nuestros
analistas políticos y económicos.
2. Un país que, manteniendo cerca de un 80% del tejido empresarial en
el sector público, consigue sistemáticamente cifras de desempleo cercanas al 0%
y con niveles de crecimiento “aceptables” … es una auténtica joya desde la
perspectiva del análisis económico. Lo primero que hay que hacer con Belarus –y
que sorprende que no se haya hecho hasta ahora- es volcarse en aprender de esa
experiencia.
3. La obsesión “privatista” de nuestros medios de comunicación,
expertos y representantes políticos nos ha llevado a distorsionar radicalmente
la realidad de las ventajas e inconvenientes de las empresas públicas y
privadas. Ello nos ha hecho olvidar hasta qué punto el sector público
empresarial fue un pilar esencial del desarrollo de posguerra en Europa, o los éxitos
conseguidos por los países emergentes a través de una eficiente combinación de
empresas públicas y privadas. Aprender de la experiencia de Belarus debería ser
obligado para cualquier experto realmente dispuesto a aproximarse con
objetividad a la realidad del papel que, en nuestro modelo de desarrollo, deben
representar respectivamente la empresa pública y la privada.
4. Igualmente, la importancia de intentar aprender de la experiencia
bielorrusa con respecto a las políticas de pleno empleo debería ser algo
evidente para nuestros analistas y representantes políticos, si fuesen capaces
de empezar a moverse fuera del marco definido por los intereses de las
corporaciones.
5. Con respecto a la posible integración con Rusia, Europa debería
mantenerse al margen. Son los propios rusos y bielorrusos los que deben decidir
al respecto. Estas dos naciones han vivido históricamente largo tiempo integradas
y la conciencia de nación diferenciada se ha ido asentando en Belarus durante
los últimos años, pero parece ser todavía limitada. Valorar lo que, en este
sentido, es positivo o negativo para los dos países sólo a ellos les compete.
6. Por último, nos encontramos con la cuestión que parece ser la única
preocupación de nuestros medios: la calidad democrática de Belarus. Esta cuestión
no es tan clara como las élites occidentales quieren hacernos creer.
7. Parece evidente que un sector importante de la población está
claramente descontento con el sistema. Pero el origen del actual descontento es
un tanto confuso. No queda claro en qué medida se debe al creciente
tensionamiento de las relaciones con Rusia, a la habitual intervención
occidental a través de las “revoluciones de colores”, o al natural cansancio de
una parte de la población por el mantenimiento en el poder de Lukashenko
durante tantos años.
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Una imagen
/ reportaje significativos, que nos revelan el entusiasmo de la oligarquía
financiera occidental –y de los habituales promotores de los golpes de estado
a través de “revoluciones de colores”- con las protestas en Belarus. |
8. Los simplistas análisis de los medios occidentales tienden a
interpretar como “poco democrática” cualquier victoria electoral en países del
Este en las que se alcanza, por ejemplo, niveles del 50%, 70% u 80% del voto. Ciertamente,
estos porcentajes son casi impensables en Europa Occidental. Pero ello está muy
relacionado con la estructura social y la cultura política de Occidente y, muy
especialmente, con la tradicional –y cada vez más artificial- división de la
población entre derecha e izquierda. En los países del Este, los electores no
están sometidos a esta manipulada división y, por lo tanto, el que se generen
amplias mayorías a favor o en contra de determinadas propuestas, opciones
electorales o candidatos es algo sensiblemente más habitual y que, por sí
mismo, no debilita de ninguna forma la calidad democrática de un proceso
electoral.
9. El que, tras las importantes manifestaciones pre-electorales la
candidatura de Lukashenko haya obtenido en las elecciones de este mes el 80% de
los votos nos parece extraño y sospechoso. Pero este tipo de sospechas en ningún
caso son suficientes para cuestionar un proceso electoral. Y los líderes
europeos no están aportando ningún dato al respecto.
10. Europa tiene cada vez menos legitimidad para presumir en cuanto a
calidad democrática. Si el mensaje democrático europeo tenía un enorme impacto
en el mundo, este impacto se redujo drásticamente a partir de la crisis financiera
de 2008. Desde entonces fue evidente para muchos europeos pero, sobre todo,
para los ciudadanos del mundo, que Occidente –Estados Unidos fundamentalmente-,
con un importante grado de respeto a los derechos humanos, dista mucho de ser
un sistema realmente democrático. Y que, en realidad, son los inversores
financieros y las grandes corporaciones los que controlan el sistema financiero
y los medios de comunicación y, a través de ellos, la opinión pública y –por lo
tanto- las elecciones. Las formas democráticas de Europa y Estados Unidos ocultan
en realidad una oligarquía plutocrática.
11. EKAI Center ha venido insistiendo en la importancia de diferenciar
entre los avances reales conseguidos por Occidente en el ámbito de los derechos
humanos y el concepto de democracia. Sin perjuicio de la relevancia real del
peso de los derechos humanos como conquista histórica europea, lamentablemente,
los derechos humanos no garantizan, ni mucho menos, la democracia, en la medida
en que la opinión pública está sistemáticamente controlada y manipulada por la élite
corporativa.
12. Todo esto nos obliga a ser suficientemente prudentes y humildes
cuando cuestionamos la calidad democrática en países como Belarus. Protestas
masivas hemos tenido recientemente, por ejemplo, en Francia. Y también
represiones brutales. La falta de calidad democrática europea se evidencia, por
ejemplo, en el control corporativo de los medios de comunicación. Si queremos
impulsar los derechos humanos y el modelo democrático, debemos empezar por
nosotros mismos y demostrar así que realmente creemos en lo que decimos. De
otra forma, el mundo acaba pensando que nuestros mensajes sobre derechos
humanos y democracia no son sino un pretexto para asentar el poder de la
oligarquía corporativa en el propio Occidente y para extenderlo al conjunto del
mundo.