1.
La situación
actual de Bielorrusia supone un verdadero reto conceptual para la
socialdemocracia en general y para la socialdemocracia europea en particular.
El reto tiene un particular interés en el momento actual.
2.
Hasta ahora,
el análisis de los fenómenos políticos y socio-económicos del mundo realizados
por la socialdemocracia, se han abordado habitualmente desde una perspectiva
comparativa con un modelo europeo que se consideraba como referencia casi
indiscutible. Sin embargo, todo empezó a cambiar con la crisis financiera de
2008 y la evolución posterior, tanto de la propia Unión Europea como de su
posicionamiento relativo con respecto a los países emergentes.
3.
Defender los
intereses de los trabajadores asalariados por vías democráticas es el principal
objetivo de la socialdemocracia y, precisamente por ello, apoyar los avances y
cuestionar los pasos atrás en la calidad democrática está implícito en los
fines de este movimiento.
4.
El 80 por
ciento de votos conseguidos por Lukashenko en las elecciones presidenciales de
Bielorrusia se nos hace extraño y, por lo tanto, sospechoso. Sin embargo, cabe
preguntarse si esta mera sospecha es suficiente para deslegitimar un gobierno,
aplicando para dicha deslegitimación criterios que ya ni siquiera son válidos
para la propia Unión Europea.
5.
Lukashenko ha
conseguido mayorías similares en anteriores convocatorias electorales. Lo
diferencial del caso actual ha sido probablemente la fuerza demostrada por las
manifestaciones pre-electorales organizadas por distintos sectores de la
oposición. Pero trasladar estas manifestaciones –que ni siquiera sabemos en qué
medida responden a descontento interno o a fuerzas externas- a los resultados
electorales es una mera especulación.
6.
Los
comentaristas occidentales hubieran reaccionado menos agresivamente si la
victoria de Lukashenko hubiera sido, por ejemplo, con un 60% de los votos en
lugar de un 80%. Pero esto es una consecuencia de aplicar los criterios propios
de la sociología política de los países occidentales y, más en concreto, del
tradicional fraccionamiento entre izquierda, derecha y centro que impide a
cualquier opción política alcanzar mayorías amplias. Pero ese fraccionamiento
no existe en Bielorrusia. Fundamentalmente porque los medios de comunicación no
están artificialmente alineados como en Europa con el objetivo de mantener y
alimentar estas divisiones electorales.
7.
A medida que
se debilitan los tradicionales alineamientos de izquierda, derecha y centro en
Europa Occidental, las incógnitas sobre en base a qué se irán articulando las
mayorías y las minorías en los espacios electorales europeos son cada vez
mayores. De cualquier forma, toda prudencia parece poca a la hora de cuestionar
mayorías electorales que desconocemos si se producirán de forma habitual en
Europa durante las próximas décadas.
8.
Esta
prudencia debe ser especialmente acentuada ante un caso como el de Bielorrusia,
en el que las empresas públicas representan entre un 70% y un 80% del tejido
empresarial y, por lo tanto, no existe el control habitual en Europa de las
grandes corporaciones privadas sobre los medios de comunicación y sobre la
opinión pública.
9.
Desde la perspectiva de la socialdemocracia,
la cuestión es clara. ¿Dónde están mejor representados los intereses de los
trabajadores asalariados que la socialdemocracia defiende, en Bielorrusia o en
Europa Occidental? No olvidemos que, en el momento actual, los asalariados ya
son un 85% de la población activa en la Unión Europea y, por lo tanto, los
intereses de los asalariados y los de los ciudadanos en su conjunto son prácticamente
lo mismo.
10. Si en Bielorrusia hay dudas
sobre la limpieza del proceso electoral, las dudas sobre la insuficiencia
democrática de Europa Occidental son crecientes. Muy especialmente a partir del
estallido de la crisis financiera en 2008, nos hemos dado cuenta de en qué
medida la estructura económica –y las políticas económicas- están de hecho al
servicio de los intereses de la oligarquía financiera y corporativa. Una
oligarquía que controla los medios de comunicación y –con ellos- la opinión
pública.
11. Impulsar cambios políticos y constitucionales hacia un nuevo
modelo de democracia avanzada en Europa es, en sí mismo, un objetivo clave de
la socialdemocracia. Cuestionar gobiernos y países por la limpieza de un
proceso electoral se vuelve cada vez más arriesgado a medida que nos damos
cuenta de que, de hecho, el déficit democrático europeo es mucho mayor de lo
que pensábamos.
12. Junto a la prudencia ante los posibles déficits en la pureza
democrática, la socialdemocracia debe aprender de la experiencia socioeconómica
de Bielorrusia. Una evolución constante del desempleo en porcentajes cercanos
al 0%, un nivel de crecimiento “aceptable” y un sistema mayoritariamente basado
en empresas públicas, obligan a la socialdemocracia europea a contemplar la
experiencia de Bielorrusia con un extraordinario respeto.
13. A la vez, es esencial examinar los criterios y las políticas
desarrolladas en ese país para evitar el desempleo y gestionar los sectores
público y privado de la economía. Particularmente cuando, ante el cada vez más
claro fracaso del modelo neoliberal de las últimas 4 décadas, en buena parte
basada en una mitificación privatista que ahora sabemos que, cuando menos, era
una clara deformación ideológica de una realidad mucho más compleja.
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